Llega el día en el que sentado en el sofá, decides
recordar momentos de tu vida. Te levantas y te diriges a tu habitación, ese
lugar que recoge todas las etapas de tu vida. Coges un álbum de fotos de la
estantería y te sientas en la cama mientras abres la primera página.
Comienzas a mirar tus fotos, tal vez con nostalgia,
tristeza, o con alegría por revivir aquellos momentos. Pasas las páginas
lentamente, admirando cada foto, cada momento, cada detalle, y entonces te das
cuenta de una cosa. Te das cuenta de que has crecido, has madurado. Ya no eres
el niño que eras de pequeño. Todo ha cambiado para ti: tu familia, tus amigos,
tú mismo...
Ya no eres el niño que se emocionaba cuando veía un
capítulo de tus dibujos animados favoritos, porque simplemente ya no los ves,
tan solo te limitas a pensar en cómo podías ver eso de pequeño. Tampoco tienes
la misma mentalidad ni los mismos gustos. Tampoco te emocionan las mismas cosas
ni te ilusionas por todo…
Tu familia también ha cambiado. Todos son más
mayores y algunos que aparecían en aquellas fotos, ya no están en tu vida. Te
das cuenta de que tu familia te trata de diferente forma a la de hace unos
años. Ya no te hablan como a un niño pequeño, porque ya no lo eres. Confían en
ti, porque ya tienes la edad suficiente como para que lo hagan aunque algunas
veces te empeñes en no demostrarlo.
Tus amigos han cambiado también. Ya no jugáis al
pilla-pilla o al escondite en el recreo, porque ya no jugáis. Ya no te juntas
con muchos de ellos porque piensas que no tenéis nada en común, cuando hace
unos años jugabais y reíais juntos. Con los que aún mantienes amistad, también
sientes que algo ha cambiado. Ya no tenéis las mismas conversaciones ni las mismas
discusiones. Todos habéis crecido aunque no lo parezca.
Pero entonces el álbum de fotos se termina, y te
preguntas: ¿Por qué de pequeños queremos crecer rápido, si ahora que somos
mayores queremos volver a ser pequeños?
Y tú, ¿qué crees?