29 may 2018

...la ansiedad

No puedes respirar.
Sientes que los pulmones no cumplen su función de llenarse con aire.
No puedes respirar.
El corazón va a mil por hora.
No puedes respirar.
Estás nervioso
no puedes controlarlo.
No puedes respirar.
Inspiras y espiras, pero no funciona.
Nada funciona.

No puedes respirar.
El aire no llega a tus pulmones.
No puedes respirar. 
Sientes un dolor punzante en el pecho.
No puedes respirar.
Intentas calmarte, pero es imposible.
Todo te da vueltas.
No puedes respirar. 

Te sientas.
Nada.
Te pones de pie.
Peor.
Comienzas a andar.
No mejoras.
No puedes respirar. 
Ese estado de nerviosismo te está consumiendo.

No puedes respirar. 
Tratas de calmarte, pero todo es en vano.
Solo quieres llorar.
Gritar.
Desahogarte.
Correr.
Hacer cualquier cosa que te libere.
Conseguir esa paz que tanto necesitas en ese momento. 
Pero nada consigue calmarte.

No puedes respirar. 
Estás solo.
Nadie puede ayudarte.
Ni tu madre
ni tu padre
ni tus hermanos.
Tampoco tus amigos.
Ni siquiera esas pastillas que te recetó el médico para esos momentos.
Debes apañártelas tú mismo.

No puedes respirar. 
Inspiras.
Espiras.
Intentas controlar tu respiración. 
No puedes respirar. 
Te vuelves a sentar y comienzas a mecerte como un bebé.
Quizá eso te ayude.
Cierras los ojos y empiezas a contar los segundos.
Coges aire por la nariz.
Cinco segundos.
Lo sueltas por la boca.
Diez.
Así una y otra vez.

Inspiras.
Espiras.
Inspiras.
Espiras.
Inspiras.
Espiras.

Poco a poco ves cómo comienzas a calmarte.
Los pulmones van funcionando.
Coges aire con normalidad y lo sueltas de la misma forma.
Has dejado de llorar.
El dolor del pecho comienza a disminuir.
Respiras.
Respiras.

Lo has logrado.
El ataque de ansiedad comienza a desvanecerse.


Ver las imágenes de origen